Primera lectura.
Lectura
del libro de Isaías 2, 1-5.
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén. En
los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de la
montaña, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones,
caminarán pueblos numerosos y dirán:
-Venid, subamos a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en
sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la
palabra del Señor de Jerusalén. Juzgará entre las naciones, será árbitro de
pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No
alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa
de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor.
Textos
paralelos.
Sucederá en días futuros.
Mi 4, 1-3: Al final de los tiempos estará
firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre
las montañas. Hacia él confluirán las naciones, caminarán pueblos numerosos;
dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob; él nos
instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la
ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de muchas naciones, el
juez de numerosos pueblos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Confluirán a él todas las naciones.
Za 8, 20: Así dice el Señor de los ejércitos:
Todavía vendrán pueblos y vecinos de ciudades populosas.
Za 14, 16: Los supervivientes de las naciones
que invadieron Jerusalén vendrán cada año a rendir homenaje al Rey, al Señor de
los ejércitos, y a celebrar la fiesta de las Chozas.
Is 56, 6-8: A los extranjeros que se hayan
dado al Señor, para servirlo, para amar al Señor y ser sus servidores, que
guarden el sábado sin profanarlo y perseveren en mi alianza, los traeré a mi
Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus
holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y mi casa la
llamarán todos los pueblos Casa de Oración. Oráculo del Señor, que reúne a los
dispersos de Israel, y reunirá otros a los ya reunidos.
Is 60, 11-14: Tus puertas estarán siempre
abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán: para traerte las riquezas de los
pueblos con sus reyes desfilando. El pueblo y el rey que no se te sometan,
perecerán; las naciones serán arrasadas. Vendrá a ti el orgullo del Líbano, con
el ciprés y el abeto y el pino, para adorar el lugar de mi santuario y
ennoblecer mi estado. Los hijos de tus opresores vendrán a ti encorvados, y los
que despreciaban se postrarán a tus pies; te llamarán ciudad del Señor, Sión
del Santo de Israel.
De Sión saldrá la Ley.
Jn 4, 22: Vosotros dais culto a lo que
desconocéis, nosotros damos culto a lo que conocemos; pues la salvación procede
de los judíos.
Lc 24, 47: En su nombre se predicará
penitencia y perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por
Jerusalén.
Juzgará entre las gentes.
Is 9, 6: Su glorioso principado y paz no
tendrán fin, en el trono de David y en su reino; se mantendrá y consolidará con
la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor de los
ejércitos lo realizará.
Forjarán de sus espadas azadones.
Is 11, 6-9: Entonces el lobo y el cordero irán
untos, y la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león engordarán
juntos, un chiquillo los pastorea; la vaca pastara con el oso, sus crías se
tumbarán juntas, el león comerá paja como el buey. El niño juzgará en la hura
del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No
harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo, porque se llenará el país de
conocimiento del Señor, como colman las aguas el mar.
Jl 4, 9-11: Pregonad a las naciones, declarad
la guerra santa, alistad soldados, que vengan todos los combatientes; de los
arados forjad espadas; de las podaderas, lanzas; diga el cobarde: Soy todo un
solado. Venid, pueblos todos vecinos, reuníos allí: el Señor conducirá sus
guerreros.
Za 9, 9-10: Alégrate, ciudad de Sión: aclama,
Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde,
cabalgando un burro, una cría de burra. Destruirá los carros de Efaín y los
caballos de Jerusalén; destruirá los arcos de guerra y dictará paz a las
naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.
Os 2, 20: Aquel día haré en su favor una
alianza con los animales salvajes, con las aves del cielo y los reptiles de la
tierra. Arco y espada y armas romperé en el país y los haré dormir tranquilos.
Adelante, Casa de Jacob.
Is 60, 1-3: ¡Levántate, brilla, que llega tu
luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la
tierra, la oscuridad los pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria
aparecerá sobre ti; y acudirán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de
tu aurora.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
2 1
(a) Lo
esencial de este oráculo se encuentra en Mi 4, 1-3. Su origen es discutido. La
opinión más probable es que aquí Mi depende de Is: los argumentos contra la
autenticidad isaiánica del texto (en particular su universalismo) no son
decisivos.
2 1
(b) Este
nuevo título introduce la breve colección de oráculos de los capítulos 2-5.
2 3 El profeta alude a
las peregrinaciones o subidas regulares a Jerusalén con ocasión de las grandes
festividades. En el futuro todas las naciones tomarán parte en ellas (Is 60, 3;
66, 20; Za 8, 20-22; 14, 16-17). La expresión “Dios de Jacob” no vuelve a encontrarse
en Isaías, pero es frecuente en los Salmos (46, 6; 75, 10; 84, 9).
2 4 Yahvé. Esta función
judicial divina será también la del rey mesiánico. Aquí sobrepasa con mucho los
límites del reino de Israel.
2 5 La luz es símbolo de
salvación, sobre todo cuando procede de Yahvé. La Ley es igualmente comparada
con la luz en Sal 119, 105; Pr 6, 23.
Salmo
responsorial
Sal 121 (122), 2.4-9 (R.: cf. 1bc).
Vamos
alegres a la casa del Señor. R/.
¡Qué
alegría cuando me dijeron:
“¡Vamos
a la casa del Señor!”.
Ya
están pisando nuestros pies
tus
umbrales, Jerusalén. R/.
Allá
suben las tribus,
las
tribus del Señor,
según
la costumbre de Israel,
a
celebrar el nombre del Señor;
en
ella están los tribunales de justicia,
en
el palacio de David. R/.
Desead
la paz a Jerusalén:
“Vivan
seguros los que te aman,
haya
paz dentro de tus muros,
seguridad
en tus palacios. R/.
Por
mis hermanos y compañeros,
voy
a decir. “La paz contigo”.
Por
la casa del Señor, nuestro Dios,
te
deseo todo bien. R/.
Textos
paralelos.
¡Qué
alegría cuando me dijeron vamos a la casa de Yahvé!
Sal 42, 5-7:
Recordándolo me desahogo conmigo; cómo pasaba al recinto y avanzaba hasta la
casa de Dios, entre gritos de júbilo y acción de gracias, en el bullicio
festivo. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué estás gimiendo? Espera en
Dios, que aún le darás gracias: Salvación de mi rostro, Dios mío. Cuando mi
alma se acongoja, entonces me acuerdo de ti, desde la zona del Jordán y el
Hermón y el Monte Menor.
Sal 43, 3: Mi alma
está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Sal 84, 2-5: ¡Qué
delicia tu morada, Señor de los Ejércitos! Mi aliento se consume anhelando los
atrios del Señor; mi corazón y mi carne exultan por el Dios vivo. Hasta el
gorrión ha encontrado una casa, la golondrina un nido donde colocar sus
polluelos: tus altares, Señor de los Ejércitos, Rey mío y Dios mío. Dichosos
los que habitan en tu casa alabándote siempre.
Jerusalén,
ciudad edificada.
Sal 48, 13-14: Dad
vueltas en torno a Sión, contad sus torreones, fijaos en sus baluartes,
observad sus palacios, para poder contarle a la próxima generación.
Ef 2, 19-22: De
modo que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los
consagrados y de la familia de Dios; edificados sobre el cimiento de los
Apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular. Por él todo el edificio bien
trabado crece hasta ser templo consagrado al Señor, por él vosotros entráis con
los otros en la construcción para ser morada espiritual de Dios.
Adonde
suben las tribus.
Dt 16, 16: Tres
veces al año irán todos los varones en peregrinación al lugar que el Señor se
elija: por la fiesta de los Ázimos, por la fiesta de las Semanas y por la
fiesta de las Chozas. Y no se presentarán al Señor con las manos vacías.
Allí
están los tronos para el juicio.
1 R 7, 7: Hizo el
Salón del Trono o Audiencia, donde administraba justicia; lo recubrió con
madera de cedro, desde el piso hasta el artesonado.
Dt 17, 8: Si una
causa te parece demasiado difícil de sentenciar, causas dudosas de homicidio,
pleitos, lesiones, que surjan en tus ciudades, subirás al lugar elegido por el
Señor.
2 Cro 19, 8:
También en Jerusalén designó a algunos levitas, sacerdotes y cabezas de familia
para que se encargasen del derecho divino y de los litigios de los habitantes
de Jerusalén.
Haya calma dentro de tus muros.
Sal 48, 13: Dad vueltas en torno
a Sión, contad sus torreones.
Ct 4, 4: En tu cuello la torre
de David, construida con sillares, de la que penden miles de escudos, miles de
adargas de capitanes.
Por la casa de Yahvé, nuestro
Dios.
Sal 26, 8: Señor, yo amo la casa
donde moras, el lugar donde reside tu Gloria.
Tb 13, 14: Malditos los que te
hablen con dureza, malditos los que te arruinen los que derriben tus muros,
derruyan tus torres e incendien tus casas.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
122 Deteniéndose a las puertas de la
ciudad santa, los peregrinos le dirigen un saludo: Shalóm (“paz”)
jugando con la etimología popular de Jerusalén: “ciudad de paz”. La paz deseada
formaba parte de las esperanzas mesiánicas. El amor a la santa Sión es un rasgo
de la piedad judía.
122 3 Jerusalén sólidamente
restaurada. Ne 2, 17, es el símbolo de la unidad del pueblo elegido (versiones:
“donde la comunidad es una”) y figura de la unidad d ela Iglesia. – Otra
interpretación podría ser: “sólidamente unificada”, aludiendo a la sólida muralla,
construida por Ezequías y halla en las excavaciones de Jerusalén, mediante la
cual se unían a la ciudad los antiguos barrios extramuros.
122 4 Lit. “testimonio para Israel,
para que dé gracias”: la ciudad santa es signo visible de los beneficios
divinos, prenda de las promesas mesiánicas.
112 6 Para respetar el paralelismo,
algunos preafieren corregir “los que te aman” ohabayik (habreo) por “tus
tinedas” ohalayik.
Segunda
lectura.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13,
11-14a.
Hermanos:
Comportaos reconociendo en el momento en que vivís, pues ya es
hora de de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de
nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca:
dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz.
Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada
de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor
Jesucristo.
Textos
paralelos.
Tened en cuenta el
momento en que vivís.
1 Ts 5, 4-8: A vosotros,
hermanos, como no vivís a oscuras, no os sorprenderá ese día como un ladrón.
Sois todos ciudadanos de la luz y del día; no pertenecemos a la noche ni a las
tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino vigilemos y seamos
sobrios. Los que duermen lo hacen de noche; los que se emborrachan lo hacen de
noche. Nosotros, en cambio, como seres diurnos, permanecemos sobrios,
revestidos con la coraza de la fe y el amor, con el casco de la esperanza de
salvación.
1 Co 7, 26: Pienso que,
contando con la tribulación inminente, lo mejor es eso, que el hombre se quede
como está.
1 Co 7, 29-31: En una palabra,
hermanos, el tiempo apremia: en adelante los que tengan mujer vivan como si no
la tuvieran, los que lloran como si no lloraran, los que se alegran como si no
se alegraran, los que compran como si no poseyeran, los que usan del mundo como
si no disfrutaran. Pues la representación de este mundo se está acabando.
Col 4, 5: Tratad con los de
fuera con sensatez, aprovechando la ocasión.
Ef 5, 8-16: Pues en un tiempo
erais tinieblas, ahora por el Señor sois luz: precede como hijos de la luz –
fruto de la luz es toda bondad, justicia y verdad –. Comprobad qué agrada al
Señor. No participéis en las obras estériles de las tinieblas, antes bien
denunciadlas. Lo que ellos hacen a ocultas da vergüenza decirlo. Todo lo que se
expone a la luz queda patente, y lo que está patente es luz. Por eso dice:
¡Despierta, tú que duermes, levántate de la muerte, y te iluminará Cristo!
Observad atentamente cómo procedéis, no como necios, sino como sensatos.
Revistámonos de las armas
de la luz.
Jn 8, 12: De nuevo les habló
Jesús: Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes
tendrá la luz de la vida.
Ef 6, 11: Vestid la armadura de
Dios para poder resistir las estratagemas del diablo.
Nada de rivalidades y
envidias.
Rm 1, 29: Están repletos de
injusticia, maldad, codicia, malignidad; están llenos de envidias, homicidios,
discordias, fraudes, perversión; son difamadores.
Ga 3, 27: Los que os habéis
bautizado consagrándoos a Cristo os habéis revestido de Cristo.
Ef 4, 24: Revestíos de la nueva
humanidad, creada a imagen de Dios con justicia y santidad auténticas.
Notas
exegéticas Biblia de Jerusalén.
13 11 Esta consideración es uno de
los fundamentos de la moral paulina. El momento (kairós) parece designar la era escatológica, la
que la Biblia llamaba los últimos días, inaugurada por la muerte y la
resurrección de Cristo y extensiva al tiempo de la iglesia militante, el tiempo
de salvación, 2 Co 6, 2; se contrapone al periodo precedente, no tanto por una
simple sucesión temporal como por una diferencia de naturaleza. El cristiano
hijo del día, ya desde ahora liberado del mundo maligno y del imperio de las
tinieblas, tiene parte en el reino de Dios y de su Hijo. Col 1, 1; es ya
ciudadano de los cielos, Flp 3, 20. Esta situación tan nueva domina toda la
moral.
13 12 “Despojémonos”: var.:
“Rechacemos”.
Evangelio.
X Lectura del santo evangelio según
san Mateo 24, 33-44.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en
tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se
casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró
en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a
todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos estarán en el
campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo,
a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no
sabéis que día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de la
casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que
abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados,
porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Textos paralelos.
Como en los
días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre.
Gn 6, 11-13: La tierra estaba corrompida ante Dios y
llena de violencia. Dios vio la tierra y, en efecto, estaba corrompida, pues
todas las criaturas de la tierra se habían corrompido en su proceder. Dios dijo
a Noé: “Por lo que a mi respecta, ha llegado el fin de toda criatura, pues por
su culpa la tierra está llena de violencias; así que he pensado exterminarlos
junto con la tierra”.
Is 54, 9: Me sucede como en los días de Noé: juré
que las aguas de Noé no volverían a cubrir la tierra; así juro no irritarme
contra ti ni amenazarte.
Tomaban mujer y marido.
Gn 7, 11-13: En el año seiscientos de la vida de
Noé, el día diecisiete del segundo mes, reventaron las fuentes del gran abismo
y se abrieron las compuertas del cielo, y estuvo lloviendo sobre la tierra
cuarenta días y cuarenta noches. Aquel mismo día entró Noé en el arca con sus
hijos, Sem, Cam y Jafet, su mujer y sus tres nueras.
Hasta que vino el diluvio.
Ap 12, 15: Y vomitó la serpiente de su boca, detrás
de la mujer, agua como un río para hacer que el río la arrastrara.
Los arrastró a todos.
1 Ts 5, 3: Cuando estén diciendo: “paz y seguridad”,
entonces de improviso, les sobrevendrá la ruina como los dolores de parto a la
que está encinta, y no podrán escapar.
Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá.
Mt 25, 13: Por tanto, velad, porque no sabéis el día
y ni la hora.
1 Ts 5, 1-3: En lo referente al tiempo y a las
circunstancias no necesitáis que os escriba, pues vosotros sabéis perfectamente
que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo:
“paz y seguridad”, entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina como los
dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar.
Lc 12, 39-40: Comprended que si supiera el dueño de
casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en
casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis
viene el Hijo del hombre.
A qué hora de la noche iba a venir.
1 Ts 5, 4-6: Pero vosotros, hermanos, no vivís en
tinieblas, de forma que ese día os sorprenda como un ladrón; porque todos sois
hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Así,
pues, no nos entreguemos al sueño como los demás, sino estemos en vela y
vivamos sobriamente.
Notas exegéticas Biblia de
Jerusalén.
24 42 Vulg.: “a qué hora”.- Velar, que
propiamente significa abstenerse del sueño, es la actitud que Jesús recomienda
a los que esperan su venida, 25, 13; Mc 13, 33-37; Lc 12, 34-40. La vigilancia,
en este estado de alerta, supone una esperanza firme y exige una presencia de
espíritu sin decaimiento que recibe el nombre de “sobriedad”. 1 Ts 56, 6-8; 1 P
5, 8.
Notas
exegéticas Nuevo Testamento, versión crítica.
37 (EN) TIEMPOS DE: lit. los días
de (hebraísmo).
39 Y NO SE DIERON CUENTA CUENTA...:
la expresión semitizante del texto griego es, lit., y no entendieron hasta
que llegó....; pero no quiere decir que sí entendieron cuando llegó
el diluvio.
40-41 SERÁ ACEPTADO..., DEJADO: lit. en
tiempo verbal de presente, como quien narra algo que está sucediendo ahora
mismo, y en voz pasiva “teológica”: de entre dos personas aparentemente iguales
en lo exterior, que estarán haciendo el mismo trabajo, el Señor llevará a uno a
su reino, por encontrarlo bien dispuesto, y “dejará” al otro, no preparado para
el banquete de boda. Dos (MUJERES), porque el participio griego es femenino,
muelen la cebada o el trigo para conseguir harina; supongamos que una mueve la
piedra superior del molino de mano (la piedra de abajo está fija), y la otra va
volcando el grano y recogiendo la harina.
43 ESTARÍA EN VELA: lit. habría
estado en vela. ESTARÍA... PARA NO DEJAR. // “PERFORAR” (cf. 6, 19s) puede
equivaler a “interrumpir voluntariamente”, incluso entrando por la puerta. Lit.
que fuese perforada la casa de él.
Mt 6, 19: No atesoréis para vosotros tesoros en la
tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren
boquetes y los roban.
Notas exegéticas de la Biblia
Didajé.
24, 17-44 No podemos saber la fecha y hora
de la segunda venida de Cristo, puede suceder en cualquier instante. Por lo
tanto, debemos estar alerta y dispuestos a reunirnos con él. Cristo sí que
conoce el tiempo designado por el Padre sabe, pero no es parte de su plan de
salvación revelar esta información. Cat. 673.
Catecismo de la Iglesia Católica.
673 Desde la Ascensión, el
advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf. Ap 22, 20), aun cuando a
nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con
su autoridad” (Hch 1, 7). Este acontecimiento escatológico se puede cumplir en
cualquier momento (cf. Mt 24, 44, 1 Ts 5, 2), aunque tal hecho y la prueba
final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios (2 Ts 2,
3-12).
Ap 22, 20: Dice el que da testimonio de estas cosas:
“Sí, vengo pronto”. Amén, ¡Ven, Señor Jesús!
Hch 1, 7: Les dijo: “No os toca a vosotros conocer
los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad”.
1 Ts 5, 2: Pues vosotros sabéis perfectamente que el
Día del Señor llegará como un ladrón en la noche.
2 Ts 2, 3: Que nadie os engañe. Primero tiene que
llegar la apostasía y manifestarse el hombre de la impiedad, el hijo de la
perdición.
Concilio Vaticano II
Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de
la tierra y de la humanidad (Hch 1, 7). Tampoco de qué manera se transformará
el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado (1 Cor 7, 31, S.
Ireneo), pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una
nueva vida donde habita la justicia y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y
rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano (1 Co 2, 9; Ap
21, 4-5).
Gaudium et spes, 39.
San Agustín
¿Qué significa habrá dos hombres en el campo?
Lo que dice el Apóstol: Yo planté, Apolo regó, pero el crecimiento lo dio
Dios. Sois cultivo de Dios (1 Co 3, 6,0). Trabajamos en el campo. Los dos
hombres que están en el campo son los clérigos; de ellos se tomará a uno y se
dejará a otro: se tomará al bueno y se dejará al malo. Las dos mujeres que se
hallan en el molino simbolizan al pueblo. ¿Por qué se dice que están moliendo?
Porque, encadenadas al mundo, están como retenidas por la piedra del molino en
el afán por las cosas temporales. También una de ellas será tomada y otra
dejada. ¿Cuál de ellas será tomada? La que obra bien y atiende las necesidades
de los siervos de Dios y a la indigencia de los pobres; la que es fiel en la
alabanza, se mantiene firme en el gozo de la esperanza, se entrega de lleno a
Dios, a nadie desea mal y ama cuanto puede no solo a los amigos, sino también a
los enemigos.
Que nadie os engañe, hermanos, sabed que todo estado
de vida en la Iglesia cuanta con miembros que fingen lo que no son. No he dicho
todo hombre finge, sino que todo estado de vida cuenta con personas que fingen.
Hay cristianos malos, pero los hay también buenos. Te da la impresión de que
ves a muchos malos: son la paja que te impide ver el grano.
De cualquier estado, uno será tomado y otro dejado.
I, pg. 47-48.
Los Santos Padres.
De algún modo el fin del mundo ya ha llegado para quien el mundo está
crucificado. Y quien está muerto a las cosas mundanas, ya para él ha llegado el
día del Señor, en el que tiene lugar la venida del Hijo del hombre sobre su
alma, porque ya no vive para el pecado ni para el mundo.
Orígenes, Serie de comentarios al Ev. de Mateu, 56. Ib, pg. 257.
Como se dice también en el Antiguo Testamento: “Desde el que está sentado
en el trono hasta la esclava que da vueltas a la muela” (Ex 11, 5). Como había
dicho antes que los ricos se salvan con dificultad, ahora nos hace ver que ni
todos los ricos se pierden absolutamente, ni todos los pobres absolutamente se
salvan, sino que, de entre pobres y ricos, unos se salvan y otros se pierden.
Y, a mi parecer, también nos indica que su venida será por la noche. Eso lo
dice expresamente Lucas (Lc 17, 34). Mirad cuán puntualmente lo sabe todo.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Ev. de Mateo 77, 2. Ib, pg.
258.
Ex 11, 5: Morirán en la tierra de Egipto todos los primogénitos: desde el
primogénito del faraón que se sienta en su trono hasta el primogénito de la
sierva que atiende al molino, y todos los primogénitos del ganado.
Crecerá la cólera de Dios: los santos como dicen los profetas (Is 26,
20), serán almacenados en los graneros, mientras que los pérfidos serán
abandonados para alimentar el fuego del cielo.
Hilario de Poitiers, Sobre el Ev. de Mateo, 26, 6. Ib, pg. 258.
Conviene, pues, que estemos preparados, para que el desconocimiento del
día mantenga vigilante la inquietud en espera de su venida.
Hilario de Poitiers, Sobre el Ev. de Mateo, 26, 6. Ib, pg. 259.
San Juan de Ávila
Y en otra parte dice: Tamquam laqueus enim superveniet in omnes qui sedent super faciem
omnis terrae (Lc
21, 35). Y lo mismo afirma San Pablo, diciendo que ha de venir aquel día como
ladrón, sin ser esperado. Y, si miramos cuán descuidada está la gente de esta
venida y cuán metida en aquellas cosas que el Señor dice que estaban los del
tiempo del diluvio y de Lot, ternemos conjetura que debe de estar muy cerca
(cf. 1 Ts 5, 2), pues se piensa que está muy lejos y vemos usado en nuestros
tiempos lo mismo que en los pasados. De los cuales dice el profeta Ezequiel que
decía el pueblo de Dios: In longum deferentur dies et peribit omnis visio, [se alargan los
días y ninguna visión se cumple] (Ez 12, 22). Y, como San Hierónimo dice, aún hasta ahora tiene el
vulgo incrédulo esta misma mala costumbre, que nunca piensan que las amenazas
de Dios han de venir en su tiempo, sino en el venidero; y los que después
nacen, también las echan a los por venir; y así, por no saber la certidumbre
del tiempo, ningunos de ellos las temen ni hacen lo que deben para las evitar,
habiéndolo Dios dejado incierto para que todos y en todo tiempo temiesen y se
aparejasen para las huir. Porque, siendo el negocio de tanta importancia, ¡ay
de aquel que no lo tuviere!
Causas y remedios de las herejías. II, pg. 562.
Entonces estarán dos en una cama y el uno será destruido y el otro quedará (Mt 24, 37-40). ¿Qué nuevas estas? ¿Qué ha
de haber cristianos que van a la Iglesia a oír misa y cristianos baptizados y
que se confiesan y comulgan, que han de ir al infierno? ¡Si dijera quién son!
Los dos que están en una cama, los contemplativos encerrados, que por Dios no
se casan, viven en sosiego y reposo y olvidados y apartados del mundo. Estos
son los que gozan del sosiego y pacificación que Dios quiere en el ánima para
morar en ella, tienen la vida descansada, gozan de los regalos y del sosiego
que trae consigo la vida contemplativa. De estos dos, el uno tomarán para el
cielo, y el otro para el infierno. - ¿Por qué? ¿No son ambos religiosos? ¿No
están ambos en una cama, en reposo, en una contemplación? – Pero si dentro
tenían envidia, si deseo de honra, si malquerencia, y si el corazón carcomido,
si no aman a Dios sobre todas las cosas, e si están sin el olio dentro en el
corazón, sin blandura, sin misericordia para con los prójimos, lámparas son sin aceite (cf. Mt 25, 3) los
contemplativos sin caridad. Los que estarán en la atahona [molino de harina] (Mt 24, 41) son los que
andáis tan llenos de ocupaciones y tan olvidados de vosotros mismos, que no
tenéis en cuenta vuestras almas y olvidáis las conciencias, como si no hubiese
Dios y como si no tuviésedes ánimas. Dende la mañana entienden en la hacienda,
en el pleito, en la ganancia, en el como será esto y cómo verá aquello.
Domingo I de Adviento. III, pg. 32.
¿Cómo puedes vivir sin Él? Sea luego; no aguardes más; ¿qué esperas?
¿No basta el olvido que has tenido de los veinte años? Vela, hermano; no te
descuides, que Jesucristo vela
llamó a toda la vida del hombre (Mt 24, 42), para darnos a entender el gran
cuidado que habíamos de tener. Pues estemos siempre en vela.
Viernes de la semana 4 de Cuaresma. III, pg. 203.
Vigílate, dice el Evangelio (Mt 24, 42). Estar despierto y en vela, atalayando la
grey, que anda el lobo como un león rodeando comella. Preguntaba yo a un obispo: - ¿Cómo vuestra
señoría puede dormir? - ¿Dormir, señor? ¡Ocho horas! Pues ¿y no velis el
peligro? - ¿Qué, señor? Todos duermen, durmamos. – Razón de carta rota; antes
por eso más velar. Si en navío estuviésemos y viésemos los pilotos e maestros e
los que saben de aquel menester estar en vela, sufrié(ra)se dormir; pero
dormidos ellos, ¿no será desatino, levantada una gran tempestad como esta
herejía, irse a dormir? Veis el peligro y dormidos los pastores; por eso estad en vela, para que
cuando venga el Señor os halle aparejados. ¿Qué hará Dios a ese tal? Servirále de paje,
pornále una silla de caderas y una mesa de gloria.
Sermón de San Nicolás, III, pg. 996.
San Oscar Romero.
Ojalá que esta palabra, pues, de Adviento, enmarcada en una
historia tan densa de esta semana, sea oída por encima de todos los murmullos
de la tierra la voz clara del Señor: "Vengo a vosotros, estad preparados
como el vigilante que no espera aviso del ladrón sino que atisba, vigila porque
en la hora en que menos piensa, lo pueden sorprender". Vigilancia es la
disposición espiritual que nos debe producir este hermoso tiempo de preparación
a la Navidad. Cristo viene, no lo esperamos como los niños para traer los
juguetes, lo esperamos como cristianos que supimos que ya vino, pero que
anunció desde entonces una segunda venida, para sorprendernos en el camino de
la vida y cogernos allí, donde caímos muertos para entrar con Él a reinar. Ya
debemos reinar con Él por la virtud y por la santidad.
Seamos cristianos de verdad, dignos de esta hora escatológica
que va desde la venida primera de Cristo hasta la segunda, pedido último de la
historia, sepamos vivirlo como quien vive algo que no es permanente sino que va
de paso. No instalarse, no apegarse, no perder por los bienes del poder de la
tierra los encantos del Reino de Dios que ya viene a asumirnos. Como se rapta,
como se secuestra, a una persona sin que deje rastro, así seremos secuestrados,
pero por el amor del Cristo que nos tomará para siempre en su cielo. Así sea.
Homilía, 27 de noviembre de 1977.
León XIV. Audiencia general. 19 de
noviembre de 2025. Ciclo
de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La
Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual 5. Espiritualidad
pascual y ecología integral.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Estamos
reflexionando, en este Año jubilar dedicado
a la esperanza, sobre la relación entre la Resurrección de Cristo y los
desafíos del mundo actual, es decir nuestros desafíos. A veces, Jesús, el
Viviente, también nos quiere preguntar: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?».
Los desafíos, de hecho, no se pueden afrontar solos y las lágrimas son un don
de vida cuando purifican nuestros ojos y liberan nuestra mirada.
El
evangelista Juan nos llama la atención sobre un detalle que no encontramos en
los otros Evangelios: llorando cerca de la tumba vacía, la Magdalena no
reconoció enseguida a Jesús resucitado, sino que pensó que era el custodio del
jardín. De hecho, ya narrando la sepultura de Jesús, al anochecer del viernes
santo, el texto era muy preciso: «En el lugar donde había sido crucificado
había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía
había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los
judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús» (Jn 19,
41-42).
Termina
así, en la paz del sábado y en la belleza de un jardín, la dramática lucha
entre tinieblas y luz desatada
con la traición, el arresto, el abandono, la condena, la humillación y el
asesinato del Hijo que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Cultivar y custodiar el jardín es la tarea
originaria (cfr Gen 2,15) que Jesús llevó a su término. Su
última palabra en la cruz – «está cumplido» (Jn 19,30) –
invita a cada uno a reencontrar la misma tarea, su tarea. Por esto,
«inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (v. 30).
Queridos
hermanos y hermanas, ¡María Magdalena, entonces, no se equivocó del todo,
creyendo que encontraba al cuidador de la huerta! De hecho, debía volver a
escuchar el propio nombre y comprender la propia tarea del Hombre nuevo, la que
en otro texto de Juan dice: «hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
El Papa
Francisco, con la encíclica Laudato
si’, nos indicó la extrema necesidad de una mirada contemplativa: si
no es cuidador del jardín, el ser humano se convierte en su devastador.
La
esperanza cristiana, por lo tanto, responde a los desafíos que enfrenta toda la
humanidad hoy deteniéndose en el jardín donde se colocó el Crucificado como una
semilla, para volver a brotar y dar mucho fruto.
El
Paraíso no está perdido, sino que es encontrado. La muerte y resurrección de
Jesús, por lo tanto, son el fundamento de una espiritualidad de la
ecología integral, fuera de la cual las palabras de la fe se quedan sin
conexión con la realidad y las palabras de la ciencia se quedan fuera del
corazón. «La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de
respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a
la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la
contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una
política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que
conformen una resistencia» (Laudato
si’, 111).
Por
esto, hablamos de una conversión ecológica, que los cristianos no pueden
separar de ese cambio de dirección que les requiere seguir a Jesús. El hecho de
que María se volviera aquella mañana de Pascua es una señal de esto:
solo de conversión en conversión pasamos de este valle de lágrimas a la nueva
Jerusalén. Tal pasaje, que empieza en el corazón y es espiritual,
modifica la historia, nos compromete públicamente, activa solidaridad que
desde ahora protegen personas y criaturas de las ansias de los lobos, en el
nombre y fuerza del Ángel Pastor.
Así, los
hijos y las hijas de la Iglesia pueden hoy encontrar millones de jóvenes y de
otros hombres y mujeres de buena voluntad que han escuchado el grito de los
pobres y de la tierra dejándose tocar el corazón. Son muchas también las
personas que desean, a través de una relación más directa con la creación, una
nueva armonía que los lleve más allá de tantas laceraciones. Por otro lado,
además «el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de
sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra
alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje» (Sal 18,1-5).
El
Espíritu nos dé la capacidad de escuchar la voz de quien no tiene voz. Veremos,
entonces, lo que los ojos aún no ven: ese jardín, o Paraíso, al que solo nos
acercamos acogiendo y cumpliendo cada uno su propia tarea.
León XIV. Audiencia jubilar. 22 de
noviembre de 2025. Catequesis.
9. Esperar es tomar partido. Dorothy Day
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Para
muchos de ustedes, estar hoy en Roma es la realización de un gran deseo. Para
quien vive una peregrinación y llega a la meta, es importante recordar el
momento de la decisión. Algo, al inicio, se movió dentro de ustedes, quizá
gracias a la palabra o a la invitación de alguien. Así, el mismo Señor los tomó
de la mano: un deseo y luego una decisión. Sin esto, no estarían aquí. Es
importante recordarlo.
Y
también es importante aquello que acabamos de escuchar en el Evangelio: «A
quien se le dio mucho, mucho se le pedirá; a quien se le confió mucho, mucho
más se le exigirá». Jesús lo dice a los discípulos más cercanos, a los que
estaban más tiempo con Él. Y también nosotros hemos recibido mucho del camino
recorrido hasta ahora: hemos estado con Jesús y con la Iglesia y, aunque la
Iglesia es una comunidad con límites humanos, mucho hemos recibido. Entonces, Jesús
espera mucho de nosotros. Es un signo de confianza, de amistad. Espera mucho
porque nos conoce y sabe que podemos.
Jesús
vino a traer fuego: el fuego del amor de Dios sobre la tierra y el fuego del
deseo en nuestros corazones. De algún modo, Jesús nos quita la paz, si
pensamos la paz como una calma inerte. Pero esa no es la verdadera paz. A
veces quisiéramos que nos “dejaran en paz”: que nadie nos moleste, que los
demás no existan más. Esa no es la paz de Dios. La paz que Jesús trae es
como un fuego y nos pide mucho. Nos pide, sobre todo, tomar partido. Ante
las injusticias, las desigualdades, donde la dignidad humana es pisoteada,
donde a los frágiles se les quita la palabra: tomar partido. Esperar es
tomar partido. Esperar es comprender en el corazón y mostrar en los hechos
que las cosas no deben continuar como antes. Este también es el fuego bueno
del Evangelio.
Quisiera
recordar a una pequeña gran mujer estadounidense, Dorothy Day, que vivió
el siglo pasado. Tenía el fuego dentro. Dorothy Day tomó partido. Vio que el
modelo de desarrollo de su país no creaba para todos las mismas oportunidades,
comprendió que el sueño americano para demasiados era una pesadilla, y que
como cristiana debía involucrarse con los trabajadores, los migrantes, los
descartados por una economía que mata. Escribía y servía: es
importante unir mente, corazón y manos. Eso es tomar partido. Escribía como
periodista, es decir, pensaba e invitaba a pensar. Escribir es
importante. Y también leer, hoy más que nunca. Y luego Dorothy servía
comidas, daba ropa, se vestía y comía como aquellos a quienes servía: unía
mente, corazón y manos. De este modo, esperar es tomar partido.
Dorothy
Day involucró a miles de personas. Abrieron casas en muchas ciudades, en
muchos barrios: no grandes centros de servicios, sino lugares de caridad y
justicia donde llamarse por el nombre, conocerse uno a uno, y transformar la
indignación en comunión y acción. Así son los constructores de paz: toman
partido y asumen las consecuencias, pero siguen adelante. Esperar es tomar
partido, como Jesús, con Jesús. Su fuego es nuestro fuego. ¡Que el Jubileo
lo avive en nosotros y en toda la Iglesia!
León XIV. Angelus. 23 de noviembre
de 2025.
Queridos
hermanos y hermanas:
Antes de
rezar juntos el Ángelus, deseo saludar a todos los que han participado en
esta celebración
jubilar, especialmente a las corales y los coros venidos de todo el
mundo. ¡Gracias por su presencia! ¡Que el Señor bendiga su servicio!
Extiendo
mi saludo a todos los demás peregrinos, especialmente a las Asociaciones
Cristianas de Trabajadores de Italia (A.C.L.I.), de la diócesis de Téramo-Atri
y a los fieles procedentes de algunas diócesis de Ucrania: ¡lleven a casa el
abrazo y la oración de esta plaza!
Con
inmensa tristeza recibí la noticia del secuestro de sacerdotes, fieles y
estudiantes en Nigeria y Camerún. Siento un profundo dolor, especialmente por
los numerosos jóvenes secuestrados y por sus angustiadas familias. Hago un
vehemente llamamiento para la liberación inmediata de los rehenes e insto a las
Autoridades competentes a que adopten las medidas necesarias para conseguirla.
Oremos por estos hermanos y hermanas nuestros, y para que las iglesias y las
escuelas sigan siendo siempre y en todo lugar, espacios seguros y de esperanza.
Hoy se
celebra la Jornada Mundial de la Juventud en las diócesis de todo el mundo.
Bendigo y abrazo espiritualmente a los que participan en las diversas
celebraciones e iniciativas. En la fiesta de Cristo Rey, rezo para que cada
joven descubra la belleza y la alegría de seguirlo a Él, el Señor, y de
dedicarse a su Reino de amor, de justicia y de paz.
Ya está
cerca mi viaje
apostólico a Turquía y Líbano. En Turquía se celebrará el 1700
aniversario del Concilio de Nicea. Por ello, hoy se publica la Carta
apostólica In unitate
fidei, que conmemora este histórico acontecimiento.
Ahora
dirijámonos a la Virgen María, encomendando a su maternal intercesión todas
estas intenciones y nuestra oración por la paz.
Papa Francisco. Ángelus. 27 de noviembre de 2022.
Estimados hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡feliz domingo!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy escuchamos una hermosa promesa que
nos introduce en el Tiempo de Adviento: «Vendrá vuestro Señor« (Mt 24,42).
Este es el fundamento de nuestra esperanza, es lo que nos sostiene incluso
en los momentos más difíciles y dolorosos de nuestra vida: Dios viene. Dios
está cerca y viene. ¡No lo olvidemos nunca! El Señor viene siempre, el Señor
nos visita, el Señor se hace cercano, y volverá al final de los tiempos para
acogernos en su abrazo. Ante esta palabra, nos preguntamos: ¿cómo viene
el Señor? ¿Y cómo lo reconocemos y acogemos? Detengámonos brevemente en
estas dos interrogantes.
La primera pregunta: ¿cómo viene el Señor? Muchas
veces hemos oído decir que el Señor está presente en nuestro camino, que nos
acompaña y nos habla. Pero tal vez, distraídos como estamos por tantas cosas,
esta verdad nos queda sólo en teoría; sí, sabemos que el Señor viene pero no
vivimos esta verdad o nos imaginamos que el Señor viene de una
manera llamativa, tal vez a través de algún signo prodigioso. En cambio, Jesús
dice que sucederá “como en los días de Noé” (cf. v. 37). ¿Y qué
hacían en los días de Noé? Simplemente las cosas normales y
corrientes de la vida, como siempre: «comían y bebían, tomaban mujer o
marido» (v. 38). Tengamos esto en cuenta: Dios se esconde en nuestras vidas,
siempre está ahí, se esconde en las situaciones más comunes y corrientes de
nuestra vida. No viene en eventos extraordinarios, sino en cosas
cotidianas, se manifiesta en lo cotidiano. Él está ahí, en nuestro trabajo
diario, en un encuentro fortuito, en el rostro de una persona necesitada,
incluso cuando afrontamos días que parecen grises y monótonos, justo ahí
está el Señor, llamándonos, hablándonos e inspirando nuestras acciones.
Sin embargo, hay una segunda pregunta: ¿cómo reconocer y acoger
al Señor? Debemos estar despiertos, alertas, vigilantes.
Jesús nos advierte: existe el peligro de no darse cuenta de su venida y no
estar preparados para su visita. He recordado en otras ocasiones lo que decía san
Agustín: «Temo al Señor que pasa» (Serm. 88.14.13), es
decir, ¡temo que pase y no lo reconozca! De hecho, de aquellas personas de la
época de Noé, Jesús dice que comían y bebían «y no se dieron cuenta hasta
que vino el diluvio y los arrastró a todos» (v. 39). Prestemos atención a
esto: ¡no se dieron cuenta! Estaban absortos en sus cosas y no se dieron
cuenta de que el diluvio se acercaba. De hecho, Jesús dice que cuando Él venga,
«estarán dos en el campo: uno será tomado, y el otro dejado» (v. 40). ¿En
qué sentido? ¿Cuál es la diferencia? Simplemente que uno estaba
vigilante, estaba esperando, capaz de discernir la presencia de Dios en la
vida cotidiana; el otro, en cambio, estaba distraído, vivía
al día y no se daba cuenta de nada.
Hermanos y hermanas, en este tiempo de Adviento, ¡sacudamos el letargo y
despertemos del sueño! Preguntémonos: ¿soy consciente de lo que vivo,
estoy alerta, estoy despierto? ¿Estoy tratando de reconocer la presencia de
Dios en las situaciones cotidianas, o estoy distraído y un poco abrumado por
las cosas? Si no somos conscientes de su venida hoy, tampoco estaremos
preparados cuando venga al final de los tiempos. Por lo tanto, hermanos y
hermanas, ¡permanezcamos vigilantes! Esperando que el Señor venga, esperando
que el Señor se acerque a nosotros, porque está ahí, pero esperando: atentos. Y
la Virgen Santa, Mujer de la espera, que supo captar el paso de Dios en la vida
humilde y oculta de Nazaret y lo acogió en su seno, nos ayude en este camino a
estar atentos para esperar al Señor que está entre nosotros y pasa.
Papa Francisco. Ángelus. 1 de
diciembre de 2019.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, primer domingo de Adviento, comienza un nuevo año litúrgico. En estas
cuatro semanas de Adviento, la liturgia nos lleva a celebrar el nacimiento
de Jesús, mientras nos recuerda que Él viene todos los días en nuestras
vidas, y que regresará gloriosamente al final de los tiempos. Esta certeza
nos lleva a mirar al futuro con confianza, como nos invita el profeta
Isaías, que con su voz inspirada acompaña todo el camino del Adviento.
En la primera lectura de hoy, Isaías profetiza que «sucederá en días
futuros que el monte de la Casa de Yahveh será asentado en la cima de los
montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las
naciones» (Isaías 2, 2). El templo del Señor en Jerusalén se
presenta como el punto de encuentro y de convergencia de todos los pueblos.
Después de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesús mismo se reveló como el
verdadero templo. Por lo tanto, la maravillosa visión de Isaías es una
promesa divina y nos impulsa a asumir una actitud de peregrinación, de camino
hacia Cristo, sentido y fin de toda la historia. Los que tienen hambre y
sed de justicia sólo pueden encontrarla a través de los caminos del Señor,
mientras que el mal y el pecado provienen del hecho de que los individuos y los
grupos sociales prefieren seguir caminos dictados por intereses egoístas, que
causan conflictos y guerras. El Adviento es el tiempo para acoger la venida
de Jesús, que viene como mensajero de paz para mostrarnos los caminos de Dios.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a estar preparados para su
venida: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mateo 24,
42). Velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el
corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto
a dar y servir. ¡Eso es velar! El sueño del que debemos despertar
está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de
establecer relaciones verdaderamente humanas, por la incapacidad de hacerse
cargo de nuestro hermano aislado, abandonado o enfermo. La espera de la
venida de Jesús debe traducirse, por tanto, en un compromiso de vigilancia.
Se trata sobre todo de maravillarse de la acción de Dios, de sus sorpresas y
de darle primacía. Vigilancia significa también, concretamente, estar
atento al prójimo en dificultades, dejarse interpelar por sus necesidades, sin
esperar a que nos pida ayuda, sino aprendiendo a prevenir, a anticipar, como
Dios siempre hace con nosotros.
Que María, Virgen vigilante y Madre de la esperanza, nos guía en este
camino, ayudándonos a dirigir la mirada hacia el “monte del Señor”, imagen de
Jesucristo, que atrae a todos los hombres y todos los pueblos.
Papa Francisco. Ángelus. 27 de
noviembre de 2016.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, es
decir, un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con
el Adviento. La página del Evangelio (cf. Mt 24, 37-44) nos
presenta uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del
Señor a la humanidad. La primera visita —lo sabemos todos— se produjo
con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la
segunda sucede en el presente: el Señor nos visita continuamente
cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; y
para concluir estará la tercera y última visita, que profesamos cada vez
que recitamos el Credo: «De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a
vivos y a muertos». El Señor hoy nos habla de esta última visita suya,
la que sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro
camino.
La palabra de Dios hace resaltar el contraste entre el
desarrollarse normal de las cosas, la rutina cotidiana y la venida repentina
del Señor. Dice Jesús: «Como en los días que precedieron al diluvio,
comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en el que entró Noé en el
arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrasó a todos»
(vv. 38-39): así dice Jesús. Siempre nos impresiona pensar en las horas que
preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de
siempre sin darse cuenta que su vida está apunto de ser alterada. El
Evangelio, ciertamente no quiere darnos miedo, sino abrir nuestro horizonte
a la dimensión ulterior, más grande, que por una parte relativiza las cosas de
cada día pero al mismo tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación
con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz
diversa, una profundidad, un valor simbólico.
Desde esta perspectiva llega también una invitación a
la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, por las
realidades materiales, sino más bien a gobernarlas. Si por el
contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no podemos percibir
que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el Señor, y
esto es importante. Ese, ese encuentro. Y las cosas de cada día deben tener
ese horizonte, deben ser dirigidas a ese horizonte. Este encuentro con el
Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio,
«estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado» (v. 40). Es una
invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es
necesario estar preparados siempre para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar
los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida
que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender
a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados,
porque el Señor viene a la hora que no nos imaginamos. Viene para presentarnos
una dimensión más hermosa y más grande.
Que Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no
considerarnos propietarios de nuestra vida, a no oponer resistencia cuando el
Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar
por Él, huésped esperado y grato, aunque desarme nuestros planes.
Papa Francisco. Ángelus. 1 de
diciembre de 2013.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es
decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo,
nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de
Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un
sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de
estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la
humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a
través de los senderos del tiempo.
¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor
nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros
estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más
elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán
pueblos numerosos y dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del
Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”»
(2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos
dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que
en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque
desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su
ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él
mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él
la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación
de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden
caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo
el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No
alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2,
4).
Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas
forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra
pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué
hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse
en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible!
Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.
Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros
siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a
encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para
la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el
cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es
ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que
hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una
esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una
esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás.
¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en
la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el
corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo
carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es
el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que
esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que
es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este
tiempo de espera y de vigilancia activa.
Benedicto XVI. Ángelus. 28 de noviembre de 2010.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, primer domingo de Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico,
un nuevo camino de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de
Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Precisamente de
esta doble perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera
venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su
vuelta gloriosa, cuando vendrá a «juzgar a vivos y muertos», como decimos
en el Credo. Sobre este sugestivo tema de la «espera» quiero detenerme ahora
brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe
se convierte, por decirlo así, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.
La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra
existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las
más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y
en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos
esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos;
pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de
una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del
encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación
de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera,
mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo
reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede
medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.
Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos
prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento
de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular a
nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué
une nuestras aspiraciones?, ¿qué tienen en común? En el tiempo anterior
al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es
decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría
al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios.
Pero nadie habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven
humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría
pensado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe
y su esperanza eran tan ardientes, que él pudo encontrar en ella una madre
digna. Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay
una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la
criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del
Altísimo. Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos
cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda,
que sólo la venida de Dios puede colmar.
Benedicto XVI. Ángelus. 2 de diciembre de 2007.
Queridos hermanos y hermanas:
Con este primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico: el
pueblo de Dios vuelve a ponerse en camino para vivir el misterio de Cristo en
la historia. Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13,
8); en cambio, la historia cambia y necesita ser evangelizada constantemente;
necesita renovarse desde dentro, y la única verdadera novedad es Cristo: él es
su realización plena, el futuro luminoso del hombre y del mundo. Jesús,
resucitado de entre los muertos, es el Señor al que Dios someterá todos sus
enemigos, incluida la misma muerte (cf. 1 Co 15, 25-28).
Por tanto, el Adviento es el tiempo propicio para reavivar en nuestro
corazón la espera de Aquel «que es, que era y que va a venir» (Ap 1,
8). El Hijo de Dios ya vino en Belén hace veinte siglos, viene en cada
momento al alma y a la comunidad dispuestas a recibirlo, y de nuevo vendrá al
final de los tiempos para «juzgar a vivos y muertos». Por eso, el creyente
está siempre vigilante, animado por la íntima esperanza de encontrar al Señor,
como dice el Salmo: «Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma
aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora» (Sal 130, 5-6).
Por consiguiente, este domingo es un día muy adecuado para ofrecer a la
Iglesia entera y a todos los hombres de buena voluntad mi segunda encíclica,
que quise dedicar precisamente al tema de la esperanza cristiana. Se
titula Spe
salvi, porque comienza con la expresión de san Pablo: «Spe
salvi factum sumus», «en esperanza fuimos salvados» (Rm 8, 24).
En este, como en otros pasajes del Nuevo Testamento, la palabra «esperanza»
está íntimamente relacionada con la palabra «fe». Es un don que cambia la vida
de quien lo recibe, como lo muestra la experiencia de tantos santos y santas.
¿En qué consiste esta esperanza, tan grande y tan «fiable» que nos
hace decir que en ella encontramos la «salvación»?
Esencialmente, consiste en el conocimiento de Dios, en el descubrimiento
de su corazón de Padre bueno y misericordioso. Jesús, con su muerte en
la cruz y su resurrección, nos reveló su rostro, el rostro de un Dios con un
amor tan grande que comunica una esperanza inquebrantable, que ni siquiera la
muerte puede destruir, porque la vida de quien se pone en manos de este Padre
se abre a la perspectiva de la bienaventuranza eterna.
El desarrollo de la ciencia moderna ha marginado cada vez más la fe y la
esperanza en la esfera privada y personal, hasta el punto de que hoy se percibe
de modo evidente, y a veces dramático, que el hombre y el mundo necesitan a
Dios —¡al verdadero Dios!—; de lo contrario, no tienen esperanza.
No cabe duda de que la ciencia contribuye en gran medida al bien de la
humanidad, pero no es capaz de redimirla. El hombre es redimido por el amor,
que hace buena y hermosa la vida personal y social. Por eso la gran esperanza,
la esperanza plena y definitiva, es garantizada por Dios que es amor, por Dios
que en Jesús nos visitó y nos dio la vida, y en él volverá al final de los
tiempos.
En Cristo esperamos; es a él a quien aguardamos. Con María, su Madre, la
Iglesia va al encuentro del Esposo: lo hace con las obra de caridad, porque la
esperanza, como la fe, se manifiesta en el amor. ¡Buen Adviento a todos!
Monición de entrada.-
Hoy es el segundo domingo de Adviento.
Un amigo de Dios nos dirá que Jesús viene a
ayudarnos.
Y otro amigo nos dirá que tenemos que
prepararle el camino.
Y para eso tenemos la misa.
La misa nos ayuda a preparar el camino a
Jesús.
La corona de Adviento.
Jesús,
hoy vamos a encender la segunda vela.
Es la vela del cambiar.
De intentar ser mejores niñas y niños.
Ayúdanos a quererte mucho.
Y a querer a las personas mayores.
Señor ten piedad.-
Ayúdanos a cambiar. Señor, ten piedad.
Enséñanos tu amor. Cristo, ten piedad.
Haz que estemos contigo. Señor, ten piedad.
Peticiones.-
Jesús,
te pido por el Papa León y el obispo Enrique; para que les ayudes a ser
cada día mejores. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por la Iglesia; para que
prepare tu camino. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por las personas ayudan a que
haya paz; para que estes con ellos. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por las personas que están
malas, para que no te separes de ellas. Te lo pedimos, Señor.
Jesús, te pido por nosotros; para que nos
queramos mucho. Te lo pedimos, Señor.
Oración a la Virgen María.-
